Cuando Neymar frotó la lámpara y edificó ese golazo, tras una doble pared, sobre el final del primer tiempo del suplementario, pareció que el equipo de Tite se aseguraba el boleto a las semifinales. Pero no.
Croacia no se entregó. Aquella garra que había puesto hasta ese momento en el estadio Ciudad de la Educación la mantuvo. No agachó la cabeza. No pensó que estaba frente al Pentacampeón del mundo.
De hecho, Croacia sacó la chapa de último subcampeón, recordó el gran Mundial que hizo en Rusia 2018, y fue por el empate. Y lo empató Bruno Petkovic. Y fueron derecho a los penales.
El partido nunca se jugó como quiso Brasil. Se disputó a la manera de Croacia, como si se tratara de un duelo por las Eliminatorias sudamericanas, de esos ásperos en los que Brasil siente el rigor de la marca y de la presión en todos los sectores, pero sobre todo en el mediocampo.
En ese contexto, el gol de Neymar -una obra de arte- fue una jugada de otro partido. De ese partido que le hubiese gustado armar a Brasil.
Y en los penales Croacia fue implacable. Fuerte al medio (Vlasic y Majer) o a la derecha de Alisson (Modric y Orsic), esa fue la fórmula. El arquero Dominik Livakovic, impecable durante el partido, le atajó el primer penal a Rodrygo. Hasta que Marquinhos dejó su remate en el palo. Y se acabó el cuento para Brasil.