El patriarcado es un sistema cultural, donde lo masculino tiene primacía sobre las otras formas de existencia, donde se encuentra las identidades feminizadas y las diversas. Al hablar de sistema se busca destacar que tiene reglas. Y con el término cultural destacar que no es natural, es decir, que no siempre fue así, ni tiene por qué serlo. De hecho, a lo largo de la historia fue mutando. Al ser cultural es una construcción social e histórico. Lo fundamental de esta característica es que es transformable, es posible de modificarse por la misma acción social.
Nuestra compañera Leila Aidar, para comenzar a desentrañar cómo funciona el patriarcado, señala que el lugar principal donde se asienta y desarrolla es en la familia como institución. Allí es donde se establece que el hombre es el jefe, el proveedor y quien decide. Dichas responsabilidades tienen efecto sobre el resto de los colectivos, como ser las mujeres, y las identidades diversas, tales como los trans, travestis, transexuales, bisexuales, homosexuales, entre otras, así como para los propios varones. ¿Por qué? Porque les impone un “deber ser”, un mandato que es conocido dentro del feminismo como el de “masculinidad hegemónica”. El varón que no cumple con esas acciones, aunque sea de forma circunstancial, por ejemplo, por una enfermedad o por la pérdida del trabajo, también sufre el señalamiento y la carga social de no cumplir con el rol que la sociedad le atribuyó. Mención aparte merecen los varones que deciden no cumplir con dicho mandato. Ellos suelen ser discriminados o directamente expulsados de círculos sociales.
En este escenario, las mujeres e identidades feminizadas son el género al cuál se le atribuye socialmente características tales como la sumisión, la contención, el afecto, y son las principales responsables de las tareas cuidado. Dichas tareas abarcan a niños y a adultos mayores presentes en el hogar. Según datos de la Encuesta sobre trabajo no remunerado y uso del tiempo, las mujeres destinan el tiple de tiempo a tareas de cuidado. El Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad desarrolló una calculadora del cuidado para ayudar a concientizar sobre el tema.
De esta forma se configura un vínculo desigual, porque todo ese tiempo dedicado a las tareas de cuidado no es a cambio de una retribución económica. Y en adición, representan una pérdida de disponibilidad para dichas personas de cara al mercado laboral. Los varones se muestran ante un empleador como una persona con plena disponibilidad horaria, mientras las mujeres están condicionadas por la crianza de los niños, el cuidado de adultos mayores presentes en el hogar o por las mismas tareas de mantenimiento de la casa. Y es importante destacar que sigue sucediendo aún con el aumento progresivo de tareas tomadas por varones.
Un hito importante que significó un avance en el reconcomiendo del rol de las tareas de cuidado fue la Ley 24.476 sancionada en 2005 que confiere a las amas de casa la posibilidad de jubilarse, aún sin poseer los años de aportes requeridos. En 2021 se sumó el reconcomiendo de aportes por tareas de cuidado. Dicha medida reconoce a las mujeres en edad de jubilarse que no completen los años de aporte necesario un año por cada hijo.
Actualmente, el Congreso tiene un proyecto de ley para discutir durante el 2022 impulsado por el Gobierno que busca avanzar en consolidar un Sistema Federal Integrado de Tareas de Cuidado. El mismo busca abordar ejes como la provisión pública de servicios de cuidados para la primera infancia, personas mayores y con discapacidad, el desarrollo de acciones para que los varones asuman mayores responsabilidades en dicha materia, políticas de protección social para las personas que cuidan, así como el impulso del reconocimiento de dichas acciones como trabajo remunerado.