Si no trabajaba, Pier Paolo Passolini se sentía triste.
Era ensayista, dramaturgo, cineasta y poeta (“Para ser poeta se necesita mucho tiempo/horas y horas de soledad son necesarias/para formar algo que es fuerza, abandono,/vicio, libertad, para darle forma al caos”).
Apreciaba la soledad.
Nunca abandonó la literatura. Mientras hizo cine siguió con la poesía, pero dejó “por completo” la novela. “Simplemente, no podía escribir o incluso pensar en una página de relato. Es evidente que contar historias utilizando el cine me impedía escribirlas” contó en una entrevista.
“Existe una diferencia esencial entre la literatura y el cine”, creía. “Para expresar la realidad en literatura, las ideas deben ser representadas por símbolos convencionales, es decir, por letras y palabras. En el cine se utiliza una técnica diferente, la realidad es representada por signos vivos y significativos de la realidad. Si en una película yo quiero mostrar este árbol que hay aquí, tengo que venir con la cámara a filmarlo”, aclaraba.
Hubiera querido ser un buen futbolista. Decía: después de la literatura y el erotismo, el futbol era uno de los grandes placeres.
“En el fondo es un rito, aunque también es evasión. Mientras que otras representaciones sagradas, incluso la misa, están en declive, el fútbol es la única que nos queda. El cine no ha podido sustituir al teatro, pero el fútbol, sí. Porque el teatro es una relación entre, por una parte, un público en carne y hueso y, por otra parte, personajes en carne y hueso que actúan en la escena. Mientras que el cine es una relación entre una platea en carne y hueso y una pantalla, unas sombras. El fútbol, en cambio, vuelve a ser un espectáculo en que el mundo real, de carne, en las gradas del estadio, se mide con los protagonistas reales, los atletas en el campo, que se mueven y se comportan según un ritual preciso. Por ello considero que el fútbol es el único gran rito que queda en nuestra época”.
Empezó escribiendo poemas en friuliano, una lengua hablada en la región nororiental italiana de Friuli-Venecia Julia.
Era la lengua de su madre: Susanna Colussi, profesora de educación elemental e hija de campesinos aburguesados.
La elección del friulano era un acto de rebeldía contra su padre: militar, fascista. La elección del lenguaje: una manifestación política.
A través de sus poemas, Pasolini luchaba contra el modelo homogeneizador de la Italia fascista. “La poesía es inconsumible en lo más profundo, pero yo quiero que sea lo menos consumible posible también exteriormente. Lo mismo vale para el cine: haré cine cada vez más difícil, más árido, más complicado, y quizá incluso más provocador, para que sea lo menos consumible posible”.
Se llevaba muy mal con su padre. “La relación con él era un infierno. Me daba pena porque lo hizo todo mal: nacionalista, profascista; primero estuvo en el frente francés, luego prisionero en Etiopía. Volvió con que era un derrotado. Comprendió por qué debían caer sus ideales. Quiso a toda costa que siguiera mis estudios, mi vocación”, contó en una entrevista.
Durante la Segunda Guerra Mundial, desertó del ejército italiano. Su único hermano varón, Guido, se sumó a la Resistencia.
El 12 de febrero de 1945, a los 19 años, Guido fue asesinado en una emboscada tendida por los partisanos de las guerrillas yugoslavas de Tito. “Fue, quizás, mi más grande dolor. Especialmente, el dolor de mi madre al enterarse de su muerte”, dijo él.
En su obra poética, igual que su obra ensayística y periodística, polemizó con el marxismo oficial y el catolicismo, a los que llamaba “las dos iglesias” y les reprochaba no entender la cultura de sus propias bases proletarias y campesinas. “Sin embargo, preciso que soy marxista, un marxismo que ha sido siempre muy crítico con respecto a los comunistas oficiales, en particular con respecto al Partido Comunista; siempre he sido una minoría situada fuera del Partido, desde mi primera obra poética, Las cenizas de Gramsci”, indicó en una entrevista en 1970.
En octubre de 1949, los carabineros le denunciaron por corrupción de menores. Esto generó su expulsión del Partido Comunista Italiano por “indignidad moral”: sus compañeros consideraban a la homosexualidad como una “degeneración burguesa”.
Se inició en 1961 como director, y al poco tiempo creó una suerte de segundo Neorrealismo, explorando los aspectos de la vida cotidiana, centrando su mirada en los personajes marginales, la delincuencia y la pobreza que arrastraba Italia desde la posguerra.
Entre ellas figuran El Evangelio según Mateo (1964), Edipo Rey (1967) y la Trilogía de la Vida: integrada por El Decamerón (1971), Los cuentos de Canterbury (1972) y Las Mil y una noches (1973).
En una entrevista de 1970, con el novelista francés Lous Valentin, indicó que amaba la vida “con furor, con desesperación”. “Pienso que esta furia, esta depuración me conducirán a mi fin. Me gustan el sol, la hierba, la juventud. El amor hacia la vida se ha convertido en mí en un vicio más tenaz que el de la cocaína. Devoro mi existencia con un apetito insaciable. ¿Cómo acabará todo esto? Lo ignoro”.
Dijeron los diarios de esa época, que la noche del 2 de noviembre de 1975 en la playa de Ostia, el prostituto Pino Pelosi lo había matado.
El funeral fue multitudinario.
Su amigo, el escritor y periodista Alberto Moravia escribió: “Hemos perdido a un hombre bueno, calmado, amable (…), su valentía consistía en decir la verdad; (…). Se alineó al lado de nuestros mayores escritores, de nuestros mayores directores de cine. Cualquier sociedad habría estado contenta de tener a Pasolini. Hemos perdido, por encima de todo, a un poeta. Y poetas no hay tantos en el mundo. Solo nacen tres o cuatro en un siglo. Cuando termine este siglo, Pasolini estará entre los pocos que contarán como poetas”.
Ese mismo año, de manera póstuma, se estrenó la película que revolucionó el cine mundial y escandalizó a la socidad italiana “Saló o los 120 días de Sodoma” , adaptación del libro 120 días de Sodoma del Marqués de Sade, y en la región de Saló, que había sido ocupada por el fascismo alemán, donde Pasolini había visto la persecución y hostigamientos por parte del ejército.
Pese a la versión oficial, el crimen estuvo envuelto por las dudas y por las irregularidades desde la primera investigación.
Pelosi, que mantenía una relación con Pasolini, se declaró culpable y fue condenado a 9 años de cárcel.
Sin embargo, 30 años después, en 2005, admitió que tres hombres “habían salido de la nada” y le habían pegado a Pasolini hasta matarlo. Le gritaban: “Comunista, maricón, cerdo…”.
En 2023, la Fiscalía de Roma rechazó abrir una nueva investigación por el homicidio.
La petición había sido presentada por el abogado Stefano Maccioni, en nombre del director David Grieco, el guionista Giovanni Giovannetti y el colegio de Periodistas del Lacio.
El abogado había pedido que se verificase la identidad de “al menos” tres muestras de ADN identificadas por los carabineros en la escena del crimen.
En su denuncia, Grieco y Giovanetti sostenían que aquella noche Pasolini y Pelosi no estaban solos en la playa, sino que el director pudo acudir al lugar de su muerte para recuperar unas cintas de la película que ultimaba, “Saló o los 120 días de Sodoma”, que le habían sido robadas.
La tesis de la extorsión, por la que habría acudido a Ostia para pagar por recuperar sus cintas, fue sostenida, entre muchas otras personas, por Maurizio Abbatini, uno de los líderes de la mafia local de aquella época.