Una alegría colectiva, un desahogo popular en el frío invierno de 1978. Esencialmente, una luz de regocijo entre la oscuridad que impartía la dictadura por aquellos días. Eso fue lo que significó la obtención de la primera Copa del Mundo para la Argentina.
El Mundial duró apenas 25 días. Entre el 1 y el 25 de junio se disputó la undécima Copa de la FIFA y hasta hoy es la única que se desarrolló en nuestro país.
Y aquel seleccionado conducido por César Luis Menotti se coronó tras la final que le ganó a Holanda por 3-1 (con dos goles de Mario Alberto Kempes, la figura excluyente del certamen, y otro de Daniel Bertoni) en el alargue. Así conquistó la primera estrella en la vida de la Selección masculina de fútbol.
Se trató, al fin de cuentas, de una celebración genuina enmarcada por un contorno tenebroso. Todo junto, al mismo tiempo.
Mientras el seleccionado cautivaba con su entrega y con sus triunfos, había un pueblo atrapado por el candor futbolero y personas que desaparecían de la faz de la Tierra.
El marino Carlos Alberto Lacoste fue el brazo de las Fuerzas Armadas en la organización del certamen a través del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78), que se creó especialmente para la ocasión.
Argentina, con grandes jugadores, terminó exhibiendo al mundo un equipo que representó una bisagra en la historia de la Selección.
Porque antes de ese Mundial el fútbol argentino era sólo un manojo de voluntades dispersas, no había sentido de pertenencia, era común y corriente la falta de compromiso.
Acaso el mayor mérito de Menotti haya sido erigir aquel seleccionado en la piedra fundacional de los equipos nacionales.
De hecho, al año siguiente, en el Mundial Juvenil de Japón, Argentina ganó su primer título de la categoría, con Diego Maradona como abanderado y con Ramón Díaz y Juan Barbas como los principales adláteres.
En la antesala de la Copa del Mundo renunció Jorge Carrascosa, un estandarte hasta entonces, el capitán de Menotti, uno de los campeones del Huracán del 73.
El “Lobo” Carrascosa le puso más silencios que palabras a su determinación, que más de una persona relacionó con el momento por el que atravesaba el país.
En la primera ronda Argentina le ganó a Hungría por 2-1 (goles de Leopoldo Luque y Bertoni), igual que a Francia (Daniel Passarella y Luque), y cayó ante Italia 1-0.
En la segunda rueda venció 2-0 a Polonia (Kempes, por duplicado), empató sin goles con Brasil y llegó al encuentro con Perú con la necesidad de triunfar al menos por cuatro tantos de diferencia para acceder a la final con Holanda. Ganó 6-0 (dos de Kempes, dos de Luque, Tarantini y Houseman), en un duelo sin equivalencias. Perú fue una sombra, nada más. Y se llegó a la final.
Mientras Argentina levantaba la Copa en el Monumental, a un puñado de metros la ESMA sintetizaba el horror de secuestro, tortura y muerte.
En aquella final jugaron Ubaldo Matildo Fillol; Jorge Olguín, Luis Galván, Daniel Alberto Passarella, Alberto César Tarantini; Ovsaldo Ardiles (Omar Larrosa), Américo Rubén Gallego, Mario Alberto Kempes; Daniel Bertoni, Leopoldo Jacinto Luque y Oscar Ortiz (René Houseman).
También integraron el plantel José Daniel Valencia, Julio Ricardo Villa, Norberto Alonso, Miguel Oviedo, Héctor Baley, Ricardo La Volpe, Rubén Pagnanini, Daniel Killer y Rubén Galván.
Pasaron 45 años. Los jugadores no tiraron paredes con Jorge Rafael Videla. En los días más oscuros de la historia argentina ellos dibujaron sonrisas en la gente. Y fueron campeones para toda la vida.