“¿Qué vamos a decir? Nada. Somos los campeones del Mundo. Queremos ir para Argentina, queremos disfrutar allá con todos”, dijo el mejor jugador del mundo.
Ahora sí. Parece mentira, pero ahora sí Lionel Messi puede vivir tranquilo con la gloria de haber sido campeón mundial.
Justo él, que tantas medallas y tantos trofeos conquistó a lo largo de su exitosa carrera. Pero le faltaba esto. Había jugado cuatro Mundiales. Había disputado la final en Brasil 2014. Pero la pesadumbre le llegó a erosionar los ánimos, a tal punto de haber renunciado una vez al seleccionado mayor.
“Es una locura que se haya dado de la manera en que se dio, pero bueno, ya está”, dijo. Y agregó: “Sabía que Dios me lo iba a regalar, y me dio una felicidad enorme”.
Las críticas despiadadas que le marcaban su falta de liderazgo, que no cantaba el himno, lo desgastaron. Y a los 35 años, en el quinto Mundial de su vida, el crack rosarino insistió por enésima vez.
Ahora lo hizo acompañado de un grupo granítico, uniforme, que más que un equipo fue un plantel. Un plantel que tiró para todo el tiempo para el mismo lado, teniendo en claro que todos y cada uno lo que más deseaban era verlo a Messi con la Copa en su poder.
Y él y ellá, Messi y la Copa, se entrelazaron como almas al fin unidas después de haberse buscado toda la vida.