Este domingo, dos figuras antagónicas se disputan la presidencia de la mayor economía de América del Sur.
La elección parece estar asentada en el plano simbólico y civilizatorio.
Lula, el longevo líder del Partido de los Trabajadores y exitoso expresidente, encarcelado por el lawfare y luego liberado, amado pero también odiado, se enfrenta al actual presidente, un exmilitar que celebra la dictadura que gobernó entre 1964 y 1985, dueño de un discurso controversial y basado en una agenda de ultraderecha que promueve y sustenta la violencia política.
En esas características de ambos contendientes se asienta la polarización que hoy divide a la sociedad brasileña y que, probablemente, no alcance a resolverse tras el veredicto de las urnas.
En la primera vuelta, en una votación mucho más ajustada de lo que pronosticaban las encuestas y con más de 99% de los sufragios contabilizados, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva logró el 48,33% de los votos, frente al 43,28% del actual mandatario brasileño de ultraderecha, Jair Bolsonaro.
El ballotage se presenta incierto, después de que Bolsonaro saliera en la primera votación mejor parado de lo que indicaban los pronósticos.
Aunque su imagen en el último debate, nerviosa y a la defensiva, es un indicio de su propia escasa seguridad en la reelección.
Para algunos referentes, incluso, no hay dudas de la victoria del petista: entre ellos se cuenta el expresidente ecuatoriano Rafael Correa.
En declaraciones exclusivas a Televisión Pública Noticias, Correa estimó que “probabilísticamente, es casi imposible que Lula pierda. Están a 1,5% (de diferencia) los dos”, sentenció.
“Candidatos cercanos como Ciro Guzmán, y Tebet le dieron su apoyo, es casi imposible que pierda”, explicó.
De hecho, por los acuerdos del expresidente con Simone Tebet y Ciro Gomes, no preocupa tanto el abstencionismo del segundo turno ‒que suele ser mayor que en la primera vuelta‒ sino consolidar la presencia de quienes ya optaron por votar por Lula.
Los números
De mantenerse, entonces, la participación electoral (unos 123,6 millones de electores) los votos blancos y nulos (5,4 millones), y asumiendo que cada candidato conserva los votos obtenidos en primera vuelta (108,3 millones), la cantidad de votos que queda por repartir es de 9,8 millones.
De acuerdo a estimaciones de CELAG, para que Lula obtenga el 50% de los votos válidos que necesita para ganar, debe obtener 1,8 millones de votos más que los que obtuvo en primera vuelta (57,3 millones).
Esta cantidad de votos se alcanza con el 22 % de los 8,5 millones de votos que en primera vuelta fueron para Tebet y Gomes (suponiendo que Bolsonaro suma los 1,3 millones de votos de los candidatos restantes). Es decir, casi con 2 de cada 10 de esos votos. O bien, obteniendo el 20 % de los 9,8 millones de votos que sumaron entre todos los candidatos que no entraron al ballotage.
Las ideas
Cómo el agua y el aceite, las propuestas de uno y otro candidato no se mezclan, se repelen. A menudo, los designios de uno son el completo opuesto de los de su rival.
Las propuestas económicas de Lula , por ejemplo, se enmarcan en su Programa de Reconstrucción y Transformación de Brasil, por el cual se pone el foco en el desarrollo económico sustentable y estable y, también, la creación de empleo, impulsando el crecimiento económico con políticas públicas e inversiones en infraestructura y vivienda.
En el programa también se impulsan la economía solidaria y la reindustrialización con sustentabilidad ambiental, y Lula promete buscar un alza del salario mínimo.
El actual presidente, en tanto, propone continuar con el ajuste fiscal en el corto y mediano plazo para asegurar “la estabilidad y sustentabilidad”, todo bajo el paraguas de la libertad económica, uno de sus principales valores de campaña, en un contexto en el que Brasil comienza apenas a salir de la caída económica provocada por la pandemia de Covid-19.
En su nueva plataforma, Lula también pone el foco en el desarrollo sustentable y la armonía con el medio ambiente, y en el caso del Amazonas asegura que es “imperativo” poner fin a la desforestación, como hizo en su anterior gobierno.
Su contrincante, en cambio, aumentó enormemente la desforestación del Amazonas y esto llevó a relativo aislamiento internacional de Brasil.
Aún así, aseguró este año ante la ONU que “la mayor parte de la Amazonía está intacta” y criticó a los medios de comunicación por sus informes vinculados a la deforestación.
En el plano social, la campaña de Lula giró en torno de la educación, que en un posible futuro gobierno “será tratada como una inversión y no como un gasto, con especial énfasis en la educación pública, universal y de calidad”. Pero sus propuestas hacia las mujeres y las minorías sexuales y étnicas también lo ubican en la vereda de enfrente a Bolsonaro.
Aunque el exlíder sindical debió acercarse a las facciones evangélicas de la sociedad brasileña (especialmente tras la primera vuelta), sostiene que su meta es “el respeto a las mujeres, a la población negra y a la diversidad y, sobre todo, un compromiso inquebrantable con la democracia”, de acuerdo a su plataforma.
El actual presidente brasileño, un excapitán del ejército, continúa siendo una figura muy controvertida, cuyos comentarios racistas, homófobos y misóginos han enfurecido a muchos.
Llegó a decir que es “homófobo y orgulloso de serlo” y en entrevistas anteriores afirmó que preferiría tener un hijo muerto que un hijo homosexual.
Pero más allá de la retórica, sus partidarios pasan a la acción: desde su ascenso a la presidencia se multiplicaron los ataques y crímenes de odio contras los frecuentes blancos del discurso presidencial.
Qué hay en juego para la región
La victoria de uno u otro candidato también dibuja escenarios opuestos para el futuro de América Latina.
La política exterior brasileña, históricamente reconocida por su continuidad y pragmatismo, gracias a una diplomacia institucionalizada que ha jugado un papel central en la formulación de los intereses nacionales y de la política exterior, vive una crisis profunda.
Y se debe a la orientación disruptiva del presidente Jair Bolsonaro, que pretende continuarla cuatro años más.
La formulación de la política exterior bolsonarista imprimió un perfil inédito mediante la adopción de un occidentalismo rígido, que vincula la orientación externa del país a los intereses conservadores norteamericanos.
Además, promovió alianzas con las derechas del continente, que ponen en duda la existencia de una vocación democrática en el mandatario. Al mismo tiempo, se alejó de los mecanismos multilaterales de comercio e integración regionales.
Y fustigó en numerosas oportunidades a nuestro país y su rol como socio mayor de Brasilia en el Mercosur.
Lula, por su parte, promete que la integración de América Latina, y especialmente América del Sur, volverá a ser un objetivo y que se impulsarán el Mercosur, Unasur, Celac y también el grupo de los BRICS, que Brasil comparte con Rusia, India, China y Sudáfrica.
Durante sus primeras dos presidencias, Lula mantuvo buenas relaciones con otros presidentes de partidos de izquierda o centroizquierda en la región —los mismos criticados por Bolsonaro—, a veces agrupados bajo el rótulo de Socialismo del siglo XXI, especialmente con Fidel Castro en Cuba, Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador y Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en nuestro país, que fue su socio comercial estratégico.