En las primeras páginas del libro, editado por Planeta, el autor de novelas como “Crímenes imperceptibles”, “La muerte lenta de Luciana B.” y “Los crímenes de Alicia”, asegura que “la manera más leal de discutir en literatura” es la de “dar vuelta el tablero para ver cuál es la parte de verdad de la posición contraria, sin desfigurarla ni disminuirla” y dice que para esta tarea se basó en “Seis propuestas para el próximo milenio”, de Italo Calvino.
Los textos están organizados en 11 tesis y también están acompañados por un apéndice con artículos o conferencias sobre el proceso de escritura que fueron parte de la antesala del libro. Y también cuenta con un dodecálogo personal en el que aparecen enumeradas citas de distintos autores como Henry James, Patricia Highsmith o Jorge Luis Borges sobre la búsqueda presente en toda creación literaria.
Alumno del taller de Liliana Heker durante un año y medio, Martínez define esa experiencia como “una clase de literatura detallada que es muy difícil encontrar” y cuenta que la cerró cuando publicó su primer ibro. Más tarde él fue docente en la maestría de Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero (Untref) y también en cursos o talleres literarios.
Hoy da algunas clases, talleres para pocas personas, por hora y en forma virtual, y les suele decir a sus alumnos que, a diferencia del psicólogo, él les da el alta cuando dan el paso de publicar sus primeros libros.
En una charla con Télam en un bar del barrio de Belgrano, Martínez dialogó sobre este nuevo libro, su próximo proyecto y el lugar de la ficción como “laboratorio de pensamiento, percepciones, de estudio, de los sentimientos, de las conductas humanas” que asevera que le interesan “de otra manera, más allá de la coyuntura política y social”.
¿Cómo surge este trabajo?
Durante muchos años di clases en la maestría de literatura creativa de Untref, di talleres y de a poco se fue conformando una masa de argumentos y contraargumentos, de ejemplos que repetía en las clases. El año que decidí dejar la maestría pensé en la posibilidad de escribir un libro que recogiera un poco lo que fueron mis clases pero no lo quería hacer a la manera de clases convencionales, sino que quería mostrar algo de este juego de la argumentación, de las tesis y las antítesis que tienen que ver con polémicas en las que estuve involucrado también a lo largo de los años y lo pensé un poco a la manera de lo que hace (Italo) Calvino en “Seis propuestas para el próximo milenio”, donde menciona que al avanzar los atributos que deberían pasar al próximo milenio, no se detiene en el contraargumento y quería que en mi libro tuvieran un poco más de peso los posibles contraargumentos.
En el libro no está solo lo que pasó con tu obra sino que también tomás otros libros y autores…
Si, no quería acudir a mis propios libros porque sería pensar que son modélicos de algo, entonces preferí ir a ejemplos más o menos canónicos o accesibles que pudieran estar en la cabeza de cualquier lector. Aparecen Borges, Kundera, Patricia Highsmith, Abelardo Castillo, Liliana Heker. Aparecen algunos de sus consejos. También uno que leí mientras escribía el mío, uno de Pablo De Santis, muy reciente sobre los problemas de la escritura.
Hay muchas marcas de oralidad en el libro, ¿trabajaste para que eso no se borrara?
Me gusta mucho escribir a partir de charlas o conferencias, me parece que la oralidad tiene algo que es muy difícil de reproducir si uno quisiera escribir de cero. En la oralidad está la posibilidad de que acudan
oraciones imprevistas, uno pasa de un tema a otro, hay disparadores con preguntas del público. Es como si uno cubriera más terreno en poco tiempo. Por supuesto que es lo que falta, el detalle de los argumentos, no está lo exhaustivo que puede ser un argumento, toda la proliferación de razones. Eso se puede reponer al escribir. Eso es lo que yo hice. Me gusta porque lo oral y la clase permite tocar varias cosas que parecen distantes entre sí o que habría que argumentar demasiado para llevar de una punta hacia la otra. Luego hay que hacer un balance al escribir, de completar los argumentos.
En su libro “La trastienda de la escritura”, Liliana Heker dice que no se le puede explicar al otro cómo escribir pero sí darle pistas de lectura y eso también planteás en el libro: cómo la lectura puede ser clave para encontrar por ejemplo la originalidad en el propio texto.
Me resulta muy importante rodearme de libros afines al tema sobre lo que quiero escribir. No me gusta dar consejos demasiado genéricos pero leerse en voz alta me parece que me ha servido mucho y le sirve a mis
alumnos. Suelo ser yo el que lee los textos. Escucharse leído por otros es como la primera separación que uno tiene con lo que escribió. De golpe es la primera instancia en que ven el texto en sí, sin la maquinaria de
razones, argumentaciones y defensas que uno tiene al escribir y contamina lo escrito. Uno cree que en lo escrito está toda esa maquinaria mental por detrás pero no necesariamente decanta todo. Y la primera vez que ven esa distancia es cuando escuchan su texto leído por otros. En mis talleres en general leo yo, no dejo que ellos lean, entonces se escuchan y escuchan lo que quedó. Por primera vez se separan de aquello que escribieron.
¿Cómo dialoga la ficción con el espacio de las clases?
Siempre me gustó dar clases, hay una creatividad del pensamiento teórico. La literatura es una disciplina difícil para la argumentación. Eso también implica un cierto desafío porque es difícil afirmar tesis. Cada
proposición que hace en literatura encuentra un contraejemplo perfectamente legítimo en contrario. Eso da la sensación inicial de que no se pueden establecer verdades muy firmes, entonces puede o no puede hablarse teóricamente en literatura, proponer valores, discriminar, establecer jerarquías. Es un campo de reflexión muy interesante. Este libro recoge aquello hasta donde pude pensar en ese terreno de arenas movedizas.
Fuiste asistente del taller de Heker pero no es lo mismo un taller que una maestría. Ese espacio institucional que va creciendo en los últimos años.
Sí, es como si fuera un nuevo campo de reflexión teórica, que ya no es la interpretación de los textos sino una interpretación sobre las prácticas de la escritura entonces aparecen conceptos nuevos como la cuestión de la originalidad, cuestiones más bien teóricas pero prácticas a la vez, es como si uno estuviera atento a la génesis del texto. Uno está acostumbrado a la disquisición teórica de la interpretación, una vez que el
texto ya está consumado pero este campo, el de la escritura creativa, es donde te enseñan a nadar. Esta más dirigido al desarrollo del escritor y del texto, a la germinación del texto.
¿Qué importancia tiene la ficción como forma de expresión ante la coyuntura?
A lo largo de mi vida tuve distintos compromisos políticos como ciudadano, pero nunca pensé en comprometer a mis ficciones. Son otro terreno, otro mundo. Uno tiene cierta responsabilidad ciudadana, de ahí a
pedir a los escritores que sus textos tengan que ver con la realidad del aquí y ahora no. Al contrario, defendí la ficción como un mundo relativamente autónomo respecto de la realidad. Hay autores que pueden
sentirse muy tocados y participativos ante una situación social o política. Todo lo que vemos de la agenda del feminismo que dio lugar a una cantidad de literatura que está muy referenciada con lo que está pasando ahora. Pero nunca me interesó eso para mis ficciones. Ni siquiera para mis ensayos. Me parece que la ficción no tiene por qué ser tributaria de la realidad. Es otro laboratorio de pensamiento, percepciones, de estudio, de los sentimientos, de las conductas humanas, me interesa de otra manera, más allá de la coyuntura política y social.
¿Qué estás escribiendo en este momento?
Estoy escribiendo una novela, de hecho estoy en el capítulo 4 ahora que toma algo que es un tema contemporáneo que yo lo tomo en otro momento histórico. Es una novela que está situada en lo que sería el pasaje de una dictadura a una democracia. El país podría ser vagamente Argentina pero no lo es exactamente y tiene que ver con el libre albedrío, hasta qué punto existe. En esa época hubo un experimento de eurociencia que parecía demostrar que no existe el libre albedrío entonces esta es la misión de un militante de izquierda que tiene que matar a una persona con un intríngulis político en esa transición de la dictadura a la democracia y se enfrenta a todas estas consideraciones. Me parecía que es un buen momento para pensar esa clase de temas, la responsabilidad individual, el contexto social, si existe o no el libre albedrío. Es como una especie de novela de espionaje.
Fuente: Emilia Racciatti para Télam