Internacional

Espionaje y dependencia energética: tensión entre la Unión Europea y Rusia

El bloque regional y la potencia euroasiática viven una crisis diplomática a raíz del intercambio de acusaciones de espionaje entre la OTAN y el Kremlin, lo que llevó a que Rusia anunciara el cese de las actividades de la representación militar de la alianza atlántica en Moscú. Al mismo tiempo, Europa depende más que nunca del gas ruso, ahora que el gasoducto Nord Stream 2 está plenamente operativo, y calibra cuidadosamente su relación con Rusia.

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Las relaciones de Rusia con la Unión Europea atraviesan una vez más una zona de turbulencias. Pero como ocurre por lo menos desde el fin de la Guerra Fría, el bloque regional y la potencia que tiene un pie en Europa y el otro en Asia son en muchos aspectos un conglomerado de necesidades geopolíticas comunes que no pueden eliminarse aún en el marco de un conflicto.

El último desencuentro entre Bruselas y el Kremlin involucra a la OTAN, la alianza militar que anima Estados Unidos con sus socios europeos.

El 6 de octubre la organización atlántica anunció la expulsión de 8 diplomáticos de la misión rusa en Bruselas, acusados de ser “funcionarios de inteligencia rusos no declarados.”
La respuesta de Moscú fue contundente: declaró el cierre de la misión militar de la OTAN en Moscú a partir del próximo 1 de noviembre.

Rusia y la OTAN mantenían desde hace años representaciones militares respectivas, como una forma de sostener canales de diálogo directo ante cualquier situación crítica que pudiera plantearse.
A partir de ahora, el único canal para cuestiones militares entre Europa y Rusia será la embajada de Moscú en Bruselas.

Detrás de este nuevo grado de deterioro en las relaciones entre Rusia y Occidente hay acusaciones cruzadas de espionaje, ciberataques e injerencias que se incrementaron desde que en 2014 Moscú anunció que Crimea había decidido en un plebiscito que pasaría a formar parte de la Federación Rusa.

A esto hay que sumar el conflicto en el este de Ucrania, donde el Kremlin apoya a los grupos separatistas que buscan independizarse de Kiev. Por eso no es casual que la reciente gira del secretario de Defensa de Estados Unidos Lloyd Austin haya tenido un capítulo en Ucrania.

Por otro lado, hay un nuevo vínculo entre Rusia y Europa: el gasoducto Nord Stream, al que Estados Unidos intenta frenar sin éxito desde sus inicios en 2011. Tiene más de 1200 kilómetros de largo, y se extiende desde la ciudad de Vyborg, en la provincia rusa de Leningrado, pasa por debajo del mar Báltico, hasta la localidad de Lubmin, en Alemania.

Tiene la capacidad de bombear más de 55 mil millones de metros cúbicos anuales de gas, y alimentará la creciente demanda energética alemana, así como la del resto de Europa.

La disponibilidad completa de estos recursos llega en momentos en que el continente afronta una suba de los precios de la energía que alarman a los líderes europeos. En efecto, los precios del gas natural subieron un 600 por ciento este año, haciendo temer que se registren cortes de suministro cuando en tres meses se inicie el pico de consumo por el invierno en el hemisferio norte.
En este contexto de necesidad extrema, el gasoducto Nord Stream se convierte, según los críticos del Kremlin, en un arma geoestratégica, ya que en caso de conflicto podría dejar a Europa sin gas, provocando un colapso civil e industrial. Esa posibilidad ya se había entrevisto con el gasoducto que pasa por Ucrania, y es por ese motivo que este país es tan importante en la disputa en curso.

Rusia tendría así ahora una herramienta más con la cual desestabilizar la economía europea, y presionar para lograr uno de sus objetivos nunca enunciados y en apariencia imposible: fracturar a la alianza atlántica, aislando a Estados Unidos de Europa. Y al mismo tiempo, acusa a Washington, con cierta razón, de intentar interferir en sus relaciones con la Unión Europea.
Por ahora, todos los jugadores mueven sus piezas con cautela.

Alemania, donde la dependencia energética de Nord Stream fue un tema central de la reciente campaña electoral, no puede prescindir del gas ruso para sostener su crecimiento, que es su vez el principal motor económico de Europa. Y junto con Francia, espera que Biden traiga previsibilidad a las relaciones internacionales sin fogonear los conflictos con Rusia, para superar los desafíos de la postpandemia.