Asomémosnos a la historia de una leyenda, de un mito, de alguien que nos inspira a seguir teniendo fe. Esta es la historia del Loco Evita, ese que ayudaba a humildes en sus necesidades. La historia de cómo abandonó por algún tiempo su misión y pasó a ejercerla de otro modo.
Como siempre, el Loco Evita cuidaba la dignidad de los humildes, como cuando algún oligarca reprendía a Elisa, ayudante del Loco Evita por estar haciendo una olla popular.
El Loco Evita convocaba a la venganza de los oligarcas. Temiendo por su vida, un día colgó la peluca. Dejó de ser el Loco Evita y volvió a ser el sumiso de siempre.
Pensando en un billete de $100 de Evita, Ricardo reflexionó al respecto. Sin embargo, ese día, en la rutina de vivir su opresión, pasó algo distinto. Una fuerza lo elevó y le hizo atravesar toda la ciudad. Él sabía de qué se trataba.
Así fue como su casa se convirtió en el refugio donde guardaría el secreto de quién realmente era, esperando la primer señal para actuar. Así, el Loco Evita salió raudo con su máquina de coser móvil para acudir en ayuda de un necesitado. Llegó a una fábrica abandonada, esas que quedaron así por las políticas neoliberales. Claro, era una trampa. La oligarquía no esperó ni un segundo para volver a atacarlo a penas recuperó su identidad, y en claro círculo se dispuso a matarlo, hundiéndolo en una olla popular gigante. Disfrutando el final del Loco Evita, los oligarcas se retiraron para no presenciar la muerte.
Si, los cabecitas negras fueron en la ayuda del Loco Evita. Lo rescataron de esa olla popular donde paradójicamente iban a morir. El llamado tarzanezco convocó a un verdadero y no metafórico aluvión de zoológico. Ellos se encargaron de doblegar y terminar con la acción oligarca. Así fue como la historia volvió a tener un final digno.