El 7 de diciembre de 1983, en una de las salas del aeropuerto de Ezeiza, unos minutos antes del vuelo que lo llevaría a París, Julio Cortázar habló con periodistas de la Televisión Pública, en aquel momento llamada, Argentina Televisora Color (ATC).
En la entrevista, el escritor se refirió al momento político que estaba atravesando la Argentina. Pero no siempre había sido Cortázar el hombre de declaraciones filosas y mirada política que mostró esa tarde de diciembre en Ezeiza.
Comprometido de manera pública con la revolución cubana y nicaragüense y las ideas de izquierda, el autor de Rayuela se había alejado del país años antes de que estallara el golpe de 1976. Durante el período dictatorial había visitado el país una sola vez. En el inicio de aquel diciembre de 1983 había llegado desde París para despedirse de su madre, que ya tenía más de 90 años.
En una larga entrevista con el escritor uruguayo Omar Prego, publicada por la editorial Alfaguara con el título “La fascinación de las palabras”, el autor y traductor argentino confiesa que, hasta los 47 años, era “acentuadamente indiferente a las coyunturas políticas y a la situación política en general”.
Reconoce haber tenido “una actitud antiperonista”, aunque la relativiza. “Era una actitud política que se limitaba a la expresión de opiniones en un plano privado y a lo sumo en un café, pero que no se traducía en la menor militancia”.
Sus decisiones políticas se inclinaban hacia la izquierda, pero no pasaban de una opinión: “un punto de vista que no se diferenciaba mucho de los puntos de vista que podía tener sobre la literatura o sobre la filosofía”.
El gran cambio, lo que modificó esa postura, fue la revolución cubana. La visita que Cortázar hizo a la isla en 1961 y que transformó el modo que tenía de ver la realidad y de ver el mundo.
“Fui muy poco tiempo después del triunfo de la revolución en momentos muy difíciles en que los cubanos tenían que apretarse el cinturón, porque el bloqueo era implacable, había problemas internos a raíz de las tentativas contrarrevolucionarias: muy poco después se produjo eso que se llamó los alzados del Escambray, esos grupos anticastristas que hubo que eliminar al precio de una lucha de varios años”.
Y allí, en esa relación con los dirigentes y los amigos cubanos, sin que se diera cuenta (“nunca fui consciente de todo eso”), en el camino de vuelta a Europa, vio que por primera vez había estado metido en pleno corazón de un pueblo que estaba haciendo su revolución, que estaba tratando de buscar su camino.
“En ese momento tendí los lazos mentales y me pregunté, o me dije, que yo no había tratado de entender el peronismo. Un proceso que no pudiendo compararse en absoluto con la revolución cubana, de todas maneras, tenía analogías: también ahí un pueblo se había levantado, había venido del interior hacia la capital y a su manera, en mi opinión equivocada y chapucera, también estaba buscando algo que no había tenido hasta ese momento”.
Por analogía, la revolución cubana le mostró entonces, de una manera muy cruel y que le dolió mucho, su gran vacío político. Define Cortázar: “mi inutilidad política”.
Sin embargo, no se quedó impávido frente al descubrimiento, sino que quiso cambiar. “Desde ese día traté de documentarme, de entender, de leer: el proceso se fue haciendo paulatinamente y a veces de una manera casi inconsciente. Los temas en donde había implicaciones de tipo político o ideológico más que político, se fueron metiendo en mi literatura”.
Pone, como ejemplo del cambio, el cuento “Reunión”, publicado en 1966 en el libro “Todos los fuegos el fuego”, cuyo personaje es el Che Guevara.
“Un cuento que jamás habría escrito si me hubiera quedado en Buenos Aires ni en mis primeros años de París, porque no me hubiera parecido un tema, no hubiera tenido ningún interés para mí”, le dice a Prego.
El segundo cuento que marcó “esa entrada en el campo ideológico” fue, de manera simbólica, El perseguidor.
Explica Cortázar que, hasta ese momento, su literatura se había servido un poco de los personajes: los personajes estaban ahí para que se cumpliera un acto fantástico o una trama, pero no le interesaban demasiado.
Y si bien aclara que en ese cuento “la política no tiene absolutamente nada que ver, la ideología tampoco”, fue la primera vez, en lo que llevaba escrito hasta ese momento, en la que hubo “una tentativa de acercamiento al máximo, a los hombres como seres humanos”.
En muy poco tiempo, le dice el escritor argentino al uruguayo, “se produce la aparición de lo que actualmente se llama el compromiso”.