El Tango es, entre otras cosas, un intérprete de su época. Por eso es indispensable escucharlo, ya que es el mejor reflejo de la vida en Buenos Aires.
Entre las frontera del nuevo y viejo tango, surgen poetas que aportan una nueva mirada. Ellos, los nuevos letristras, desafían la regla no escrita de que los cantautores en el tango, no tenían lugar.
En 1914, un joven Pascual Contursi publicó los versos de “Pobre paica”, donde por primera vez, se habló de amor y soledad.
Contursi le dió al tango la poesía. Compuso gran cantidad de obras, entre las que se destacan “Mi noche triste”, “ventanita de arrabal”, “Bandoneón arrabalero” y una de las letras de la “Cumparsita”. Su impronta fue tan fuerte que terminó para siempre con el tango casi prostibulario y aquellas letras picarescas y obsenas. Desde su aparición, el tango fue territorio de poetas.
A partir de Contursi, las letras empezaron a contar historias tristes y sentimentales, pero a partir de 1926, con el debut de Enrique Mazi y Enrique Santos Discépolo, el tango sale del cabaret para meterse en las casas y fábricas.
Obstinados, como el Tango, los poetas siguen escribiendo sus canciones. La historia nos atraviesa. La ciudad cambia y a los nuevos autores no les queda otra que describir lo que ven.
El tango es un pensamiento triste que se baila. Es una pasión donde están todas las expresiones y sentimientos de la vida.