Un abrazo. Y otro. Y otro más. Una sonrisa, la respiración prolongada, los nervios desinflados y las muecas de emoción. El desahogo. Allá y acá. En el Lusail y en todo el mundo. Pasó Croacia. Tres a cero. Y la Selección quedó a un paso del sueño mayor.
Este domingo, en el mismo escenario, Lionel Messi y compañía irán por la tercera Copa del Mundo. “Por la camiseta, por la gente y por la gloria”, como diría el crack argentino con la victoria en semifinales todavía humeante.
Por los antecedentes de los unos y los otros la cita se había planteado como una pulseada entre temperamentos. Carácter contra carácter. Los rasgos de la personalidad innatos y los adquiridos, frente a frente, representados por dos equipos que suelen llevar la resiliencia como bandera.
Y sin ir más lejos, sin escarbar en el fondo de la historia, basta con ir a los cuartos de final.
Cuando Neymar construyó ese golazo que puso en ventaja a Brasil bien pudo asestarle un golpe mortal a Croacia. Pero no. Croacia se levantó, empató y eliminó al Pentacampeón del mundo en los penales.
Cuando Países Bajos alcanzó el 2-2 sobre la hora después de ir perdiendo 2-0, pareció que se venía el mundo abajo para la Argentina. Pero no. El equipo de Scaloni se levantó, merodeó el tirunfo en el alargue hasta el último instante y encontró la dosis de justicia divina en los penales.
Lo cierto es que, más allá del comienzo en el que Croacia manejó la pelota en el medio, Argentina pasó una jornada mucho más tranquila que la de cuartos de final.
Claro, Croacia había llegado invicta, es cierto. Pero también es cierto que sólo le había ganado a Canadá. Y así como venía exhibiendo fortalezas defensivas también mostraba flaquezas adelante. Y pasaba de ronda por penales, como lo hizo también en Rusia 2018.
Ahora, aún teniendo la pelota, carecía de profundidad. Hasta que Messi puso el 1-0 de penal, superó el récord que compartía con Batistuta como máximo goleador argentino en los Mundiales y abrió la puerta para ir a la final.
Julián Álvarez se llevó la pelota desde su propio campo, nadie lo pudo parar y el 2-0 fue una realidad que destapó las lágrimas de satisfacción. Sí, Argentina empezaba a sentarse en la silla de la final.
Hubo cambios y más cambios en el segundo tiempo. Pero nada cambió. Al contrario. Messi, el que alcanzó a Lothar Matthäus con más partidos jugados en Copas del Mundo (25), el mismo que se había tomado la parte posterior del muslo izquierdo durante la primera etapa, edificó una jugada de película sobre la punta derecha y le sirvió el tercero en bandeja a Julián Álvarez. Asunto liquidado.
Pudo aumentar Mac Allister, pudo descontar Lovren, pero el tres a cero se mantuvo firme, inalterable. Y la Croacia de Modric le dijo adiós a su esperanza de volver a jugar la final, como cuatro años atrás. Ese privilegio quedó en poder de Argentina, que está viviendo a un paso de la cúspide del mundo.