Después del uno a cero, del dos a cero y del descuento de Países Bajos llegó el empate en la última bola del partido. Se vino el mundo abajo…
Media hora más. Con las energías recortadas, con las angustias a flor de piel, con el contorno empujando. Todos los cuerpos y todas las almas pateando para el mismo lado. En el estadio Lusail, en todo el Golfo Pérsico, en Tartagal, en Cholila, en Cachi, en Tolhuin…
La Selección iba, una y otra vez. Messi y compañía, con Diego desde el cielo, terminaron apretando a Países Bajos contra su arco. Hasta que el último intento, el de Enzo Fernández, quedó atornillado contra la base del palo derecho. Penales.
Y otra vez Dibu Martínez. Un penal atajado. Y otro más. Y el último, el que terminó sellando el pasaje a las semifinales, lo hizo Lautaro Martínez. Justo él, que venía contrariado, con el arco cerrado, con las oportunidades perdidas, destapó las alegrías. 4-3 en los penales tras el 2-2 en el juego.
Entonces se desató el ritual de la celebración. En Tucumán y en La Matanza, en Formosa y en Neuquén. Y sobre el mismísimo césped del Lusail. La emoción de los jugadores, sintetizada en las lágrimas de Lisandro Martínez, asomó sin pedir permiso.
Acababa de pasar un partido repleto de tensiones, el primero en esta Copa del Mundo ante un adversario de los grandes, de esos que siempre están metidos en la conversación de los candidatos.
Encima, un rato antes se había ido Brasil del Mundial. Quedaba sólo Argentina como representante de los sudamericanos. Y hace veinte años que una selección de esta parte del mundo no gana un Mundial: desde Corea-Japón 2002 cuando se coronó Brasil.
Argentina había salido con línea de cinco en el fondo, como para plantear el juego de los sistemas en espejo. Se había puesto en ventaja por medio de Nahuel Molina tras una enorme asistencia de Messi. Y el propio Messi había aumentado de penal, ya en el segundo tiempo.
Pero llegó la reacción de Países Bajos. Descontó Wout Weghorst, que había entrado a los 30 del segundo tiempo por Memphis Depay. Diez minutos agregó el árbitro español Miguel Mateu Lahoz. Y el propio Weghorst marcó el 2-2 en la última jugada del partido.
Había que seguir.
Y Argentina siguió. Y fue. Insistió. No se le dio en el alargue. Pero el sol salió en los penales. Y el sueño sigue intacto.