
En el documental “Un hombre que escribe”, el escritor Abelardo Castillo habla sobre el sentido de escribir, sobre los 70’s, sobre diarios, revistas y talleres literarios y, también, por supuesto, sobre Sylvia Iparaguirre, su esposa durante 41 años.
Castillo falleció el 2 de mayo de 2017. Dos años antes, pensando en hacer un documental, Liliana Paolinelli lo filmó, siendo entrevistado por María Moreno y Mayra Leciñana. La película se proyectará en el BAFICI el 18 y el 20 de abril, en el Cine Arte Cacodelphia (Av. Pres. Roque Sáenz Peña 1150). En esta entrevista, Paolinelli cuenta cómo fue el detrás de escena del documental.
¿Cuándo lo conociste a Abelardo?
A través de Paula Grandio, mi esposa, que había sido alumna de su taller. ¡Ahora me acuerdo que Abelardo fue testigo de la boda! (risas). Desde el 2006 creo que fui a todos los cumpleaños, de él y de Sylvia. También a las presentaciones de sus libros. Había leído a Abelardo de joven, sus cuentos me habían deslumbrado y, cuando fui a su casa, no podía creer estar viéndolo y escuchándolo. Eran reuniones muy divertidas, terminaban tardísimo. Al volver a casa, me quedaba rumiando sobre todo lo que se había charlado y no me podía dormir…
¿Cómo se te ocurrió hacer un documental sobre él?
La idea surgió en una de estas cenas en su casa. Estábamos Paula, Sylvia y yo, y él quiso que nosotras lo filmáramos. Enseguida tiramos ideas sobre quiénes podrían entrevistarlo, desde qué disciplinas… Proponíamos nombres, lugares, escenarios; si íbamos a usar material de archivo, en fin. En un momento, Abelardo mencionó un documental sobre Marlon Brando. No llegué a verlo, pero entiendo que se haya fascinado por algo en torno a lo histriónico. Él era muy histriónico: hubiera sido un gran actor.
Decías que en un momento te preguntaste si tenía sentido hacer una película sobre un hombre retratado tantas veces, ¿Por qué, igual, decidiste filmarlo?
Hay cuantiosísimos reportajes a Abelardo, todos buenos. Ponés play a cualquier entrevista y te terminás enganchando, no te fijás en el soporte, ni te molesta que esté mal iluminado porque lo que él cuenta siempre es cautivante. Y a pesar de que siempre tocaba los mismos temas, cambió poco su opinión a lo largo del tiempo. Tal vez, la situación novedosa en la película iba a estar dada por quienes lo entrevistaban: María Moreno y Mayra Leciñana no lo habían hecho nunca antes. Esta situación no habitual, forzosamente iba a producir un resultado distinto en la escena. Pero en el instante de filmación, también nosotras y los técnicos éramos un público nuevo para Abelardo. El Abelardo que está siendo filmado no es el mismo Abelardo que habla en un cumpleaños. La cámara siempre genera actuación del otro lado.
¿Qué fue lo que te sorprendió de los encuentros con él?
Su extraordinario humor, muy en contraste con las fotos donde aparece serio y hasta enojado. También algunas opiniones que tenía él sobre la literatura, que muchas veces me sorprendían p0rque no era lo que yo consideraba que estaba bien. Por ejemplo, el libro que a él no le gustaba o no le decía mucho era Zama (de Antonio Di Benedetto), un libro que a mí me había fascinado en su momento y que había leído una cuantas veces. Empezar a pensar qué no le había gustado, qué no le sorprendía. Varias de estas opiniones sobre la literatura nacional las publicó en el libro Ser escritor, pero en ese momento cuando se las escuché me parecieron hilarantes, sacrílegas, sobre los autores nacionales y me hacían pensar en qué era lo que me había gustado, por qué respetaba tanto a un autor.
¿Por qué se titula “un hombre que escribe”?
Lo que más me costó fue no saber si con el material (yo lo había entrevistado dos veces a fines de 2015) podía armarse una película. Junto con la montajista, Lorena Moriconi, lo analizamos y encontramos que sí; había una película. No iba a ser la que habíamos proyectado aquella vez durante la cena, sino “Un hombre que escribe”. Se titula así porque él no se consideraba un escritor, se consideraba —decía— un hombre que escribía. Una diría, ¡cómo!, ¡semejante escritor…! Pero lo entiendo en un sentido más profundo, como una interpelación existencial. Algo como: “¿Qué soy cuando no escribo? Si pienso una novela por años, pero no me sale y tiro los borradores, ¿sigo siendo escritor?”.